jueves, 23 de noviembre de 2017

Capítulo 14.- Iconografía barroca (Edad Moderna, años 1625 a 1725)


Estilo barroco en figuración: composición
por medio de líneas diagonales, carne
palpitante, expresión facial. Gian Lorenzo
Bernini, David, 1623. Roma, Borghese
Emoción
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Dos fenómenos culturales originales del Barroco inciden en las emociones: la mística, poesía de la emoción espiritual, y la ópera, cuya finalidad, a decir de sus propios inventores, es suscitar emociones. Sentir, emocionarse. En la centuria del Manierismo, los cristianos reformados habían rechazado las imágenes, recuperando la iconoclastia de judíos y musulmanes; por el contario, los cristianos seguidores del papa de Roma emplearán el arte barroco para ensalzar con redoblada fuerza las imágenes e impulsar la idolatría: en Semana Santa, imágenes dolientes de la Virgen y Jesucristo despiertan nuestra compasión para fortalecer nuestra devoción. En la publicidad que tragamos cada día a través de fotos y vídeos descubrimos que la emoción es lo que vende las cosas: imágenes de personas tierna o apasionadamente enamoradas nos venden perfumes mientras niños extasiados de placer nos venden alimentos. Por consiguiente, el Barroco, comprendido como propósito de las imágenes públicas, no ha terminado y merecería considerarse una cultura por completo contemporánea e incluso actual. En artes figurativas, sus innovaciones estilísticas e iconográficas --el acento en la expresión facial de los sentimientos, la iluminación tenerista-- continúan inspirando a pintores, fotógrafos y cineastas.   
 
 
ESTILO     
YUXTAPOSICIÓN Y TENEBRISMO     Para producir emociones se emplea la composición yuxtapuesta, rica en diagonales, por sus cualidades dinámicas. La yuxtaposición evita las continuidades del arte renacentista. Por yuxtaposición, las formas se oponen evitando la continuidad: los volúmenes (las paredes cóncavo-convexas típicas del Barroco), la iluminación (el tenebrismo pasa de la completa oscuridad a la iluminación), los colores (contrastes complementarios). La tensión está asegurada en la obra barroca, sea diseño o plástica.
La iluminación focalizada en la narración (tenebrismo) facilita la concentración del espectador, ya que borra todo lo que pueda despistar.
Gracias al tenebrismo la atención se centra exactamente
en el lugar adonde el artista nos conduce a través de las
líneas de composición: el rostro arrasado y resuelto del
mártir. Caravaggio, Crucifixión de San Pedro, 1609.
Roma, Santa Maria del Popolo
Georges La Tour hizo del tenembrismo el
asunto mismo de sus cuadros. En todos ellos,
una fuente de luz única, una vela o una tea,
reúne silenciosamente a los personajes.  
San José, 1648, Louvre

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El tenebrismo convenció a la mayoría de los pintores del Barroco en toda Europa: Artemisia Gentileschi y Pedro Ribera en Italia; Rembrandt en los Países Bajos; Georges La Tour en Francia; el joven Velázquez en España. No convenció, sin embargo, a los pintores que medraron en la corte de Francia, pintores de la exuberancia: Rubens, Simón Vouet, Charles Le Brun. 
Una nueva oleada de tenebrismo arrancaría a finales del siglo XVIII con los pintores del Neoclasicismo. David lo importó de Roma, adonde había marchado a prepararse. La continuarán todos los artistas del Romanticismo, pintores (Gericault, Delacrox), pero sobre todo fotógrafos (Vilatoba). Desde entonces el cine no ha dejado de emplear el tenebrismo, pues no solo facilita la concentración del espectador en la escena, sino que puede aportar  intimidad y misterio.  
Siguiendo a Caravaggio, tenebrismo y escorzos,  el fotógrafo Joan 
  Vilatoba crea su alegoría: ¿En qué lugar del cielo te encontraré?, 1905

El éxtasis de la santa es repetido por medio
 de ondas inscritas en el tejido.
 Éxtais de Santa Teresa, 1660, por Bernini.
Roma, Santa María de la Victoria
 
 
 
 
 
 
 
 
 
ICONOGRAFÍA     
CATARSIS EMOCIONAL      Se incide en lo emocionante eligiendo narraciones dramáticas, de las cuales se representa solamente los momentos de clímax emocional, y los artistas se vuelven expertos en expresividad facial (Bernini, David; Apolo y Dafne). Pero la emoción puede también trasladarse de los personajes a sus atributos, sobre todo a los ropajes (Bernini: Santa Teresa; Roma; San Longino).
Se ve el aprendizaje de Bernini en esta fotografía: 
Retrato de Sarah Bernhardt, por Nadar, 1864.
El rostro sereno entra en contradicción con
el vestido sobredimensionado y convulso, 
una cortina de teatro. París, BNF

A la mirada de la iconografía lisipea de
Alejandro Magno, Bernini suma la ambición
simbolizada por medio de texturas fruncidas:
drapeados, encajes, rizos. Luis XIV, Versalles
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Rembrandt, Jesús cura a los enfermos, ha. 1650. Abundan en las imagenes
religiosas de Rembrandt gentes muy humildes, estén enfermas o no,
en las que pintaba seguramente a vecinos de su ciudad. El virtuosismo
del pintor es tal que le permite hacer tenebrismo en grabado
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HUMILDES     El realismo en tanto que género que representa a los humildes lo hallamos en los grandes pintores del Barroco: Caravaggio, Velázquez, Rembrandt, Murillo. Pero no pintan todavía sus tribulaciones, su esfuerzo y su miseria, como harán los pintores socialistas del siglo XIX. No es arte reivindicativo o socialista.

El maestro del trampantojo italiano, Andrea Pozzo, firma el techo de la iglesia de San Ignacio, 
Roma, después de 1695
     
APOTEOSIS     La manifestación artística más característica del Barroco es posiblemente el techo decorado con frescos que simulan un cielo abierto poblado por una profusión de personajes alegóricos que celebran la fama de un rey, un papa o una nación. Adornan, por tanto, iglesias y palacios, y a veces teatros. Estas escenas carecen de sentido narrativo; el espectador asimila el conjunto inabarcable como emoción de lo infinito o lo grandioso. Se atribuye a Pietro da Cortona el primero de estos grandes frescos (Alegoría de la Divina Providencia, Palacio Barberini, Roma), pero nadie fue tan famoso en esta especialidad como el gran virtuoso del trampantojo (y teórico él mismo) Andrea del Pozzo (Triunfo de San Ignacio). En Madrid conservamos conjuntos monumentales pictóricos del Barroco debidos a Lucas Jordán (Alegoría del Toisón de Oro, Casón del Buen Retiro).
Pieter de Hooch, Patio de casa en 
Deft. Londres, National
Vermeer realizó casi todos sus cuadros en la misma
habitación, apenas modificando el decorado y las modelos.
Se trata del espacio perspectivo del Renacimiento,
con el inevitable suelo en damero para mejorar
 el efecto de profundidad. Pero los mensajes
de Vermeer son siempre alegóricos, y la calidad de
 su factura, inefable y poética. El arte de la pintura,
1660. Viena, Museo de Historia de Arte

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"GÉNEROS MENORES"     Se afianzan los géneros menores de la figuración, particularmente en los Países Bajos: bodegones (Heda), paisajes rurales y marinas (Ruysdael), interiores (Pieter de Hooch). Pequeños formatos que, junto con los grabados, constituyen las posesiones artísticas de la clase burguesa. En estos géneros menores triunfa el inefable pintor Vermeer (El artista y la modelo, Vista de Deft). También en Italia triunfa Claude Lorrain con sus fantasiosos y emocionantes paisajes de amanecer. 
Se aproxima la tormenta. Ruysdael,  
Molino de Wijk, 1660, Rijksmuseum

Claudio de Lorena (Claude Lorrain),
Embarco de la reina de Saba,
1648. Londres, National

Así terminan incluso los papas: aprovecha
la vida. Valdés Leal, Finis gloriae mundi, 1672.
Sevilla, Hospital de la Caridad

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Una variante de naturaleza muerta muy cultivada en el Barroco la “vanidad”, bodegón que llama nuestra atención sobre lo fútil de la ambición consumista y la ostentación: El sueño del caballero (Pereda), Finis Glorie Mundi (Valdés Leal). 
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Thomas R. Williams, Las arenas del tiempo,
1855, Bradford, National Media Museuml
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Velázquez     
ICONOGRAFÍA        La imaginación iconográfica de Velázquez no tiene parangón en el siglo XVII, y su técnica naturalista de larga pincelada nos resulta tan convincente como la minuciosa de Vermeer. En la Rendición de Breda, en vez de ofrecer un mensaje obvio de triunfo del ejército español, Velázquez opta por representar la caballerosidad de los contendientes, el reconocimiento del vencido por el vencedor, e introduce así una lectura de nobleza y humanidad que nunca había estado presente en el género de las batallas. En Las meninas el pretexto de un retrato de los reyes Felipe IV y Mariana de Austria se transmuta en retrato de la corte, la princesa y los funcionarios, mientras en las paredes se desarrollan fábulas alusivas a la creación artística…; y, no obstante la abundancia de referencias iconográficas, el elemento más celebrado por los espectadores es la representación del espacio, la espontaneidad aparente de cada personaje, el aspecto de instantánea.
Velázquez, Las lanzas o La rendición de Breda, 1632, detalle. Prado

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