Occidente
experimenta su siglo más
agitado porque las revoluciones se solapan unas sobre otras. La
revolución
industrial promueve una brillante revolución tecnológica (la fotografía
puede
entenderse como una parte de esta revolución), pero sobre todo una
conflictiva
revolución sociopolítica al cambiar las grandes fortunas de manos
aristocráticas a manos burguesas. El dinero más repartido significa
poder más
repartido: comienza la carrera hacia la democracia. La revolución social
llega
por primera vez a los desfavorecidos: las mujeres arrancan el motor del
sufragismo;
los proletarios se asocian en sindicatos y promulgan el socialismo. La
complejidad de la personalidad no conoce límites y la estética sublime
pone su atención en el carácter apasionado e incontrolable, en la
valentía y el arrojo temerarios, en la voluptuosidad, la extravagancia y
la locura.
LO SUBLIME Fue un intelectual inglés, Edmund Burke, quien describió con gran brillantez
la categoría estética que denominamos sublime (Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo
sublime y de lo bello, 1757). Kant, Schiller, Schopenhauer y otros grandes
del pensamiento continuarán profundizando en esta categoría que hoy reconocemos
como la fundamental y más característica del arte romántico y que se refiere a
todo aquello que nos supera y fascina; puede superarnos por su grandeza física
o espiritual, e incluso puede tratarse de una grandeza peligrosa; aún así,
nuestro espíritu se inclina hacia ella para embriagarse de emoción.
I. Naturaleza sobrecogedora
a
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Este cuadro de 1812
es como un manifiesto
del paisaje sublime, pues incluso nos incorpora
a
nosotros los espectadores, deslumbrados ante
la inmensidad del paisaje, bello y
potencialmente
fatal. Friedrich, El caminante sobre el mar
de nubes, 1812.
Hamburgo, Kunstmuseum
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CONTEXTO La exploración del planeta se intensifica en el siglo XIX favorecida por dos nuevos ingenios del transporte, los trenes y barcos movidos a vapor, pero también fomentada por el comercio intercontinental y el imperialismo colonial. Este continuo viajar desata la imaginación y el deseo de aventura.
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El mar es tan
sublime como la montaña, igualmente inmenso e incontrolable, agitado a veces
por una furia que parece humana, Este fotomontaje es la fotografía del siglo
XIX más cara subastada hasta la fecha. Un negativo para el cielo y otro para el
mar. Gustave Le Gray, La gran ola, Setè, 1854
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Samuel Bourne,
Carretera a Rugi (detalle), 1866
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PAISAJES SUBLIMES Para que una vista o
panorámica supere la categoría estética de bella para alcanzar la de sublime,
ha de resultar emocionante. La emoción se inyecta en el paisaje de alguna de
estas maneras:
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(1) Sublime inmensidad Se representa un personaje manifiestamente diminuto en comparación con
el medio que lo rodea: Friedrich, El
caminante sobre el mar de nubes; Samuel Bourne, Carretera a Rogi. Auguste-Rosalie Bisson fotografiaba escaladores
sobre el Mont Blanc y otras cumbres alpinas.
No es necesario incluir figuras humanas cuando la
singularidad volumétrica del objeto retratado es sobrecogedora y existen otros
elementos de comparación para hacerse una idea de sus dimensiones (árboles, por
ejemplo). Este procedimiento lo encontramos en la famosa fotografía Agassiz Rock y Yosemite Falls (Carleton
Watkins) y en las aún más famosas tomadas por Ansel Andams también en Yosemite
ya en el siglo XX.
a
(2) Sublime decadencia El paisaje marino hereda de Claudio de Lorena la
iluminación creciente del amanecer o del atardecer. La luz que simboliza el paso del tiempo nos emociona. En La Armada Británica partiendo hacia la Guerra de Crimea (1854) Roger Fenton retrata simultáneamente dos símbolos de la fugacidad de la vida que conducen a la melancolía: el paso del tiempo y las despedidas.
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Roger Fenton, La
Armada Británica partiendo
hacia la Guerra de Crimea, 1854
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También puede considerarse una variante del paisaje sublime
con significado decadente la incorporación de grandes ruinas y antiguas construcciones, todas ellas
testigos del paso del tiempo y de la inevitable decadencia. Son particularmente
célebres las realizadas en Egipto por los fotógrafos Francis Frith y Maxime du
Champ.
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Maxime
du Champ, foto realizada en Abú
Simbel (Egipto), hacia 1850. Nueva York,
Metropolitan Museum
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Turner, Naufragio,
1805, Londres, Tate
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Gericault, La balsa
de la Medusa, 1919, París, Louvre (detalle)
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(3) Sublime peligro Meteoros atmosféricos se abaten sobre los personajes:
la fórmula de William Turner (Naufragio;
Aníbal cruzando el San Gotardo). El más famoso naufragio lo imaginó en 1819
Gericault (La balsa de la Medusa),
suma de iconografías clásicas y cuerpos colosales
dignos de Miguel Ángel. Pocos fotógrafos del siglo XIX lograron retratar el
peligro del mar: Henry P. Robinson (Not
Easter), Gustave Le Gray (El Brick al
claro de luna).
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Cáscaras de nuez en
la inmensidad oceánica. Gustave Doré, La balada del viejo marinero, hacia 1875; clara inspiración para Bernie Wrightson, Frankestein, 1988. Y en todas las
grandes producciones cinematográficas protagonizadas por barcos y
transatlánticos de fatal destino
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Goya, Fuego en la
noche, 1794,
Madrid, Colección Agepasa
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Esta peligrosidad del paisaje lo aprovecha la narración de aventuras. Gustave Doré, gigante de la iconografía romántica, inventó la narración de aventuras a través de sus peligrosas escenas. Siempre encuentra el ángulo preciso en la representación del peligro para despertar nuestra ansiedad.
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Paisaje
sublime y aventura. Auguste-Rossalie
Bisson, Ascenso al Mont Blanc,
París,
Biblioteca Nacional
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Gustave Doré,
ilustraciones para El ingenioso
hidalgo don Quijote de La Mancha, 1863
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II. Personalidad sublime
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Celosa y ebria de veganza, histérica,
Medea se dispone a matar los hijos que ha
tenido con Jasón. Delacroix, Medea, 1838 |
SUBLIME PERSONALIDAD Son
sublimes por su incontrolabilidad todos los ragos de desequilibro en la
personalidad (voluptuosidad, histeria, brutalidad), así como el destino
humano (enfermedades, muerte).
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Hugh W. Diamond, Mujer enajena, 1851 |
a
(1) Sublime locura No
solo hay razón en el ser humano y corresponde al Romanticismo la manifestación
de la impulsividad y la locura. La locura puede ser pasajera, como la alegre
enajenación del amor y el sexo, o llegar para quedarse. Puede volvernos más
cariñosos o brutales. En la ópera romántica abundan los chiflados por amor.
Empieza a considerarse normal y casi deseable que los artistas estén un poco
tarumbas... debido a su genio creativo, se argumenta como excusa.
a
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Julia Margaret Cameron firma este intenso retrato
del científico John Herschel, inventor de la
cianotipia |
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Los retratados por Margaret Cameron (Julia Jackson; John Hershel), de intensas miradas, sugieren la misma
excentricidad de que hacía gala la propia fotógrafa. Pero la locura propiamente
dicha fue lo que retrató el psiquiatra Hugh W. Diamond (Melancolía transformándose en locura). Dos figuras icónicas de la
locura produjeron muy notable iconografía en el Romanticismo: Juana de Castilla
(Pradilla, Juana la Loca) y Don Quijote (foto de William L. Price). La ópera más característica de este período es
aquella en que la soprano, agitada por las presiones familiares y amorosas de
los varones, se vuelve loca e interpreta con un canto maravilloso una “escena
de la locura”, en esencia una muerte por amor (Elvira en Los Puritanos; las protagonistas de Lucia de Lammermoor y Linda
de Chamounix; la reina irlandesa en Tristán
e Isolda).
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P.-L. Pierson, Condesa di Castiglioni,
hacia 1870. Pura interpretación. |
Pero
a veces la vida cotidiana envidia la fascinación de los personajes
ficticios. A fin de paliar el aburrimiento, la celebridad italiana
Condesa de Castiglione, amante del emperador Napoleón III y otras
grandes fortunas del París, interpretó una y otra vez y durante cuarenta
años personajes facinantes delante de la cámara de Pierre-Louis
Pierson. Se conservan más de doscientas cincuenta fotografías de esta
pionera adicta del selfie.
a
(2) Sublime: brutalidad La Ilustración
había fomentado el patriotismo bélico, pero no había retratado la brutalidad y
la degradación moral de la violencia. La brutalidad la retrató primero Goya en
los Desastres de la Guerra (álbum de
grabados) y en los grandes óleos que pintó para el ayuntamiento de Madrid (Los fusilamientos; La carga de los mamelucos). Delacroix la retrata en la Matanza de Quíos (1823) como degradación
física y moral; pronto se convertirá en uno de los temas recurrentes de la
fotografía de guerra.
Las guerras del Romanticismo que pudieron fotografiarse
fueron la Guerra de Secesión de los EE. UU. (fotos de Mathew Brady), la Guerra
de Crimea (documentada por Roger Fenton) y las Guerras del Opio (fotos de
Felice Beato, 1860). Sin esa brutalidad no habría revoluciones y no existe
manifestación política más características del Romanticismo que la revolución.
El icono lo firmó, una vez más, Delacroix: La
libertad guiando al pueblo (1830) constituye una soberbia alegoría: la
madre patria reúne burgueses y proletarios.
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Efectos demoledores de la guerra. Detalle de
La Masacre de Quíos, Delacroix, 1823, Louvre |
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La Guerra de Secesión norteamericana fue una de las primeras en documentarse por medios fotográficos. Mathew Brady, Confederado caído, 1863 |
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La libertad guando al pueblo (Delacroix, 1832, Louvre) inspiró esta brillante fotografía que exalta el fuego
revolucionario. Ghait Abdul-Ahad, Bagdag, 4 de abril de 2004 |
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Roger Fenton, Pashá y bayadera, 1858 |
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Jean-León Gérôme, Venta de esclavos, 1866 |
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Francesco Hayez, El beso, 1845, Milán, Brera |
SUBLIME VOLUPTUOSIDAD
Odaliscas El sexo y
el erotismo exótico, iniciados tímidamente en el rococó y descartados por la
Ilustración, recuperan adictos en el Romanticismo. Nunca se habían creado
tantas odaliscas pictóricas (Ingres, Fortuny) y fotográficas (Fenton).
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Robert Doisneau, El beso junto al ayuntamiento (Le Baiser de l’Hotel de Ville), 1950, maravilloso tríptico que publicita una Francia que renace de sus cenizas tras la II Guerra Mundial. De un vistazo, la intelectualidad de vanguardia representada en el joven con boina, el trío amoroso central, y los coches de la pujante industria automovilística francesa
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Besos La misma impulsividad parece justificar que la
recompensa visual del héroe sea un beso en los labios. Lo pintó primero
Francesco Hayez (El beso, 1845) y no
deja de repetirlo el cine. En fotografía los más famosos besos son los que
despiden II Guerra Mundial (Víctor Jorgensen, Kissing the War Goodbye; y Alfred Eisenstaedt, V-J Day in Timesquare, ambos 1945) y sobre todo el fotografiado
por Robert Doisneau (El beso delante
del ayuntamiento, 1950).
SUBLIME MUERTE La enfermedad es sublime
porque nos arrebata el control. El cuadro de lecho neoclásico, albergado por
héroes, se alquila ahora a amantes y jóvenes golpeados por la muerte del amor o
la simple extinción del cuerpo (Henry P. Robinson, Extinguiéndose). El Romanticismo inventa el final triste en la
escena y rara es la ópera romántica en la que no vemos desfallecer a sus protagonistas;
la foto de Robinson nos trae a la memoria la escena final de La Traviata (Verdi, 1853).