Y, finalmente, la iconografía del individuo
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Doríforo y Diadúmeno establecen sólidos
cánones de representación para la
virilidad serena y generan el prototipo
más imitado de la historia de
la iconografía en todas las técnicas |
BIBLIOGRAFÍA
ANDERSON, B.S. y ZINSSER, J.P. Historia de las mujeres:
una historia propia, 1991.
BOLOGNE, J. C. Histoire de la pudeur, 1986.
ARIÉS, P. y DUBY, G. (eds.), Historia de la vida privada,
1987.
BROWN, P., El cuerpo y la sociedad: los cristianos y la renuncia
sexual, 1993.
PÉREZ JIMÉNEZ, A. y CRUZ ANDREOTTI, G. (eds.), Hijas de
Afrodita: la sexualidad femenina en los pueblos mediterráneos, 1995.
CASAS GASPAR, E. 1989. El origen del pudor. Barcelona:
Alta Fulla.
KOLOSKI-OSTROW, A.O. y LYONS, C.L. (eds.), Naked truths.
Women, sexuality and gender in classical art and archaeology, 1997.
HAVELOCK, C.M.. The Aphrodite of Knidos and her
successsors, 1995.
STEWART, A. Art, desire, and the
human body in ancient Greece, 1997.
Todos los territorios cuyo
arte hemos estudiado hasta ahora fueron reunidos, primero, por Alejandro Magno, y después, por el más famoso y longevo de los
imperios antiguos: el Imperio Romano o, simplemente, Roma. Su excelente
estructura viaria permitió a la capital controlar provincias tan excéntricas
como Hispania y Siria e incluso homogeneizar su gusto artístico por medio del
arte helenístico. Esta expresión ("arte helenístico") suele referirse a la difusión del arte creado por los griegos del siglo V AEC en los siglos posteriores.
La revolución clásica para la historia de la imagen radica en el estilo naturalista, que ahora se aplica sistemáticamente a cualquier tipo de figuración, sea para decorar un frontón, un suelo de mosaico o un trampantojo parietal. Pero nuestros antepasados grecolatinos también son responsables de haber consolidado entre nosotros una admiración sólida por el desnudo como iconografía artística, tan firme que nunca ha dejado de crecer.
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ESTILO
NATURALISMO SISTEMÁTICO Lo que
hace clásico al arte es el empleo sistemático (es decir, no ocasional, no anecdótico) del
estilo naturalista. Desde las simples hojas de acanto para decorar un capitel,
hasta las más complejas decoraciones murales y monumentales, el nuevo gusto exige que la figuración se ajuste con
precisión a la calidad de detalle que percibe la mirada. Este nuevo gusto fortalecerá una mirada más científica y objetiva del mundo, aunque los artistas puedan igualmente elegir una elevación idealista creando cánones de belleza.
LITERATURA
Al asentarse en Grecia el teatro como espectáculo regular, dotado de
sus propios edificios y profesionales, la literatura dramática conoció
un gran desarrollo; prueba de ello, somos herederos de dramas
grecorromanos que todavía hoy consideramos obras maestras y todavía hoy
programamos.
HÉROES PATÉTICOS
Al asentarse en Grecia el teatro como espectáculo regular, dotado de
sus propios edificios y profesionales, la literatura dramática conoció
un gran desarrollo; prueba de ello, somos herederos de dramas
grecorromanos que todavía hoy consideramos obras maestras y todavía hoy
programamos. En la Antigüedad clásica el tema del héroe continuó siendo el favorito, pero adquirió profundidad de la que antes carecía. Conmueven los protagonistas de herida psicología, como Orestes (Esquilo, Orestiada, V AEC), estereotipo del vengador y justiciero, y Edipo Rey (Sófocles, V AEC), cuyo autoconocimiento será fuente de desdicha. No es de extrañar que esta etapa que crea héroes patéticos imagine igualmente la iconografía universal de la compasión: la piedad (véase en el apartado de Iconografía). Ninguno superará en popularidad al héroe perdonador y milagroso Jesús de Nazaret (San Mateo, Evangelio, siglo I).
HEROÍNAS La Antigüedad clásica es también el tiempo en que la mujer se convierte en protagonista de las historias, sea por bella (Ródope, prototipo de Cenicienta) como por fiera heroína (Libro de Judith, II AEC); y recordamos a Medea, (Eurípides, V AEC) prototipo de los personajes celosos del futuro, como Otello y Norma.
CREADORES El tema de Pigmalión tendrá también mucho futuro: los creadores, los inventores, las personas que "juegan a ser como dioses", los grandes artistas, científicos y descubridores que revolucionan la historia de la humanidad. Pigmalión es el abuelo del doctor Frankestein y de Gepeto (Pinocho).
AMOR ROMÁNTICO Shakespeare redactó su Romeo y Julieta inspirándose en la antigua Píramo y Tisbe. Los antiguos consideraban el amor romántico como un peligro y una debilidad que había que soslayar.
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Herb Ritts fotografió a Mark Wahberg y Kate Moss
en la campaña publicitaria más famosa de la moda
de los noventa: Calvin Klein underwear, 1992.
La fotografía en blanco y negro, casi inevitable
en la fotografía del desnudo, abstrae la imagen hacia
un clasicismo "elegante", y aleja la acusación de erotismo |
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ICONOGRAFÍA DEL HÉROE
LA SERENIDAD DEL ATLETA Común a la representación del rey y del héroe en la Antigüedad, la serenidad parece referirse ahora a la formación atlética, que sugiere un perfecto control sobre el cuerpo.Los cánones de belleza desarrollados por los sucesivos artistas del desnudo coinciden en este elemento. La desnudez atlética refleja el autocontrol del héroe: un elemento visual simboliza uno psicológico. Men sana in corpore sano.
GENITALES A LA VISTA El elemento más original de la cultura griega clásica es la
superación del pudor sobre los genitales masculinos. La iconografía representa
a los varones más dignos (dioses, héroes, reyes) completamente desnudos,
iconografía que hasta entonces se reservaba a los vencidos. No tenemos ninguna
explicación convincente para este fenómeno aislado y sin precedentes, aunque se
han apuntado diversos motivos: xenofobia contra los persas y su pudor (común a
todos los pueblos mesopotámicos, "explicado" en la leyenda de Adán y Eva), homoerotismo, tradición
deportiva, etc. La búsqueda de la belleza ideal se realiza sobre el cuerpo
masculino (Policleto: Doríforo y Diadúmeno; Praxiteles: Hermes; Leócares:
Apolo de Belvedere).
Los especialistas en historia psicosocial nos explican que los propios griegos eran muy conscientes de que este elemento los hacía diferentes de otros pueblos y se enorgullecían de su ello. Pero hemos de notar que en las representaciones los genitales suelen verse muy pequeños, a una escala inferior a la que rige en el resto del cuerpo. Están ahí pero no quieren ser destacadaos porque no constituyen comunicación de ningún tipo más allá de la identidad: "soy griego" significan.
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El origen de la iconografía de la piedad tiene más de
dos mil años: Príamo sosteiniendo a Héctor (respectivamente
rey y príncipe de Troya), llamado
"Grupo de Pasquino". Florencia (Lanci) |
DE LA COMPASIÓN A LA PIEDAD Esta hiper-productiva iconografía encuentra su origen más antiguo también en una estatua griega: el Grupo de Pasquino, que representa, posiblemente, a Príamo, rey de Troya, levantando el cuerpo de Hérctor, su hijo, vencido por Aquiles. Esta iconografía ha
sido particularmente fructífera en la cultura visual cristiana: Jesús desplomado
sobre los brazos de su madre. El contraste entre el cuerpo muerto y la persona
viva y doliente, despierta nuestra piedad.
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Rusu+Burtun
(agencia), Campaña The Last Breath
of Men
para el medicamento Bixtonim
Xylo
Aroma, 2023,
Rumanía
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Algunas de las imágenes más famosas de nuestra edad contemporánea también incluyen esta iconografía: Guericault (La balsa de la meduda, 1919) y Pablo Picasso (Guernica, 19369.
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Samuel Aranda, World Press Photo Award 2012 |
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EL HÉROE DE LA CAPA |
Apolo de Belvedere
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Aunque ya aparecen vestidos con capa los guerreros del Estandarte de Ur, la iconografía del héroe con la capa la estabilizan los griegos, pues a menudo esta capa es lo único que visten los héroes mitológicos.Los griegos la llamaban
"clámide" y los romanos "paludamento". Desde entonces, no hay súper-héroe
que se prive de ella. |
Alex Raymond, Flash Gordon, 1934 |
El ejmeplo más famoso de esta iconografía es el llamado Apolo de Belvedere, una estatua conservada en los Museos Vaticanos y realizada, copia de un original inventado, posiblemente, por el griego Leócares en el siglo IV AEC.
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Alberto Díaz "Korda",
Che Guevara, 1960 |
LA MIRADA DE ALEJANDRO
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Lisipo, Alejandro Magno, IV AEC
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La iconografía del emperador macedonio Alejandro Magno a cargo del artista
Lisipo ha sido muy imitada: cabello abundante y dinámico, frente fruncida,
mirada trascendente, boca anhelante, cuello girado. Supera en ambición a toda
la iconografía áulica anterior. Trascendencia en ejemplos célebres: San Jorge (Donatello, siglo XV), Luis XIV (Bernini, siglo XVII), Che Guevara (fotógrafo Alberto Díaz “Korda”
e ilustrador Fitzpatrick, siglo XX). Y un número incontable de carteles
políticos en todas las naciones.
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Fitzpatrick, Che de Korda |
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LA COMEDIA DEL HÉROE El sentido del humor es una característica del drama grecolatino. Desde que se practica la comedia, no se salvan de la burla ni los héroes más sagrados. Para los antiguos la "afeminación" del héroe resultaba tan graciosa como al público de los últimos siglos, acostumbrado a comedias de travestismo. Las representaciones más antiguas de esta burla de identidad afectan a Aquiles y Hércules: el primero por esconderse disfrazado de doncella en la corte de Esciros; el segundo, travestido por la reina Onfalia, de la que está enamorado, y que se divierte a su costa. Son ejemplos muy antiguos de un elemento inevitable de la comedia teatral y cinematográfica: Con falfas y a lo loco (Billy Wilder, 1945) sigue siendo la comedia más famosa y admirada de la historia del cine.
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Aquiles en Esciros, descubierto por Ulises. Villa de la Olmeda, Pedrosa de la Vega. Aquiles se había escondido en Esciros porque no quería participar en la guerra de Troya, pero una vez descubierto por el astuto Ulises ya no se atrevió a renunciar
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Odiado por Hera, Hércules soporta doce trabajos muy peligrosos y, además, la burla de Onfalia, la cual le arrebata su trofeo de guerrero (la piel del león) y le obliga a hilar como a una esclava. En el mundo grecolatin solo las mujeres relizaban trabajos de tejido. La paciencia de Hércules recibió como recompensa el amor de Onfalia y una camada de hijos
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La composición centrípeta de la figura y el gesto significan
"pudor". Al contrario de las estatuas masculinas, los
desnudos femeninos son "´púdicos". Praxiteles,
Afrodita Knidia, copia romana, Roma (Museo Alltemps) |
ICONOGRAFÍA DE LA MUJER
"VENUS PÚDICA"
No existe, sin embargo, la iconografía del desnudo integral femenino con carácter público al menos desde la Antigüedad clásica. De hecho,
la Afrodita Knidia de Praxiteles
puede considerarse la más famosa de las estatuas griegas precisamente por su
audacia. No obstante, se trata de un desnudo pudoroso; ni siquiera Afrodita,
diosa del sexo, se siente cómoda despojada de sus ropas e inaugura un género
milenario para la historia de la figuración: la “Venus púdica”. Frente a la
composición extrovertida de los desnudos masculinos, la Knidia se aovilla para
comunicarnos que está sintiendo la quemazón del decoro. Casi todo el arte
del desnudo femenino, desde los ejemplos renacentistas hasta la fotografía del
siglo XXI, respeta la configuración centrípeta de la Knidia.
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Shinoyama Kishin encuentra su figuración orgánica,
de moda en la década de 1960 defendida por artistas
como Barbara Hepwoth y Henry Moore,
en sus intrincados desnudos femenino.
Este, Dos desnudos de espaldas, 1968 |
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Edward Weston, Desnudo, 1936 |
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ICONOGRAFÍA DEL INDIVIDUO
RETRATOS
La verosimilitud
fisionómica del rostro apareció por primera vez, seguramente, en las monedas persas del siglo IV AEC. El retrato naturalista es reconocido por los expertos también en el
Platón del escultor Silanion y, desde luego, en los retratos romanos, tanto en
los funerarios como en los incontables bustos de emperadores y personalidades.
Este arte individualista se perderá en los siglos medievales, hasta
aproximadamente finales del siglo XIII.
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Moneda con efigie del rey
Tisafernes, siglo IV AEC |
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Retrato funerario hallando en
El Fayum, hacia siglo II EC. N
ueva York, Metropolitan.
Se realizaban en vida y se colocaban
sobre la momia durante el ritual
de enterramiento |
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Platón, por Silanio, siglo IV AEC. Louvre |
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Fresco en un pared de Pompeya (Italia) |
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Caracalla, siglo III. Nápoles, Nacional |
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APÉNDICE LA DESNUDEZ EN GRECIA
El desnudo integral masculino Por desnudo integral entendemos aquel
desnudo que comporta la exhibición de los genitales sin despertar pudor, de
modo que funciona como un vestido porque no se tiene conciencia inhibitoria de
desnudez. Con tales premisas sólo encontramos una tipología de desnudo integral
en la sociedad grecolatina: el masculino griego. Este sólo estaba sancionado en
la práctica del deporte, y sabemos que resultaba embarazoso en otros actos sociales
y se prescindía de él.
Todo comenzó cuando en las Olimpiadas
del año 720 a.C., el atleta Orsippos de Megara ganó la carrera de 200 yardas
después de habérsele desprendido el taparrabos; más adelante, Akanthos de
Esparta se la quitó deliberadamente y corriendo desnudo (gymnos, de donde viene la palabra gimnasia) ganó otra competición.
La costumbre del desnudo se impuso con tal éxito que Platón y Tucídides
atestiguan su universalidad en la Hélade ya en el siglo V (Stewart, 1997: 27).
Pero si podía contemplarse en la palestra y en los juegos olímpicos, parece
legítimo suponer que en otras situaciones cotidianas tampoco despertaría
rubores. Nos encontramos, entonces, con un desnudo que puede vestir en el
sentido de que no implica el apuro y la humillación que sentiríamos los
modernos. Además, el desnudo masculino no sólo campaba en lo cotidiano sino que
mereció tanta atención por parte de los artistas que hoy lo reconocemos como el
género escultórico griego por antonomasia.
El prestigio del desnudo
masculino: el Doríforo de Policleto. Por sí sola, la cultura griega
homoerótica no puede explicar la elevada valoración del desnudo entre los
antiguos pobladores de la Hélade. En Grecia, la desnudez integral fue una
costumbre reforzada por un sólido sentimiento de estima hacia la propia belleza
física, fruto del deporte, y por la observación de la desnudez como un elemento
más de la naturaleza: “Los griegos han
representado siempre el poder, las fuerzas de la vida y la libertad mediante el
desnudo”, afirma M. A. Descamps (1972: 110).
Muchas más páginas se han redactado
sobre este tipo de desnudez en el arte grecorromano, tema favorito desde el
origen de la disciplina historiográfica. Estetas, filósofos e historiadores
como Roger de Piles, J. J. Winckelmann o el propio Hegel, han visto en el
desnudo artístico un mecanismo para elevar al hombre por encima del tiempo, el
espacio, la individualidad y la decadencia. De acuerdo con este enfoque, el
arte griego aspiraría a producir una imagen abstracta del hombre perfecto,
basada en la observación de la naturaleza, pero preservada de los defectos o
fealdades mediante la estilización; y así:
Los
dioses desnudos supondrían la apoteosis de este ideal; los héroes desnudos lo
retrotraerían hasta el mundo homérico; los atletas desnudos nos lo mostrarían
en su forma contemporánea; los aurigas desnudos lo simbolizarían, y los
guerreros desnudos se verían gracias a él convertidos en héroes (Bologne, 1986:
24).
Es un argumento coherente porque los
griegos incluían indudablemente el vestido entre los productos culturales, esto
es, efímeros o mutables. E incluso es coherente que del mismo modo que los
artistas representaban desnudos al hombre, cubrieran siempre de tejidos a la
mujer, la cual, para un griego, no era sino un modelo defectuoso inspirado en
el prototipo masculino.
Entre
Homero (s.VIII a.C.) y Galeno (s.I), poetas, filósofos y médicos revisten el
objeto-mujer con un discurso de notable coherencia. Si se pretendiera resumir
en una lista las obsesiones del discurso erudito, ésta no sería muy larga. La
mujer es pasiva y, en el mejor de los casos, inferior -no hace falta decirlo- al patrón de su anatomía: el hombre (Sissa, 1991:
79)
En efecto, todos los mitos atávicos
corroboran que la mujer surgió del hombre: Eva de Adán y Atenea de Zeus. En
rigor, plantea A. Stewart, el varón era estimado el único género natural.
Pero además de significar el género
natural de la especie humana, el desnudo masculino significaba otras cosas.
Trayendo a colación un minucioso análisis del Doríforo de Policleto,
Stewart encuentra en el desnudo el medio por el que los griegos expresaban
todas las virtudes dignas de tener en cuenta, a saber, las que creían
exclusivas del hombre:
1. El coraje en la guerra, virtud entendida
como función del hombre y contrapuesta a la de la mujer, la reproducción
(Stewart, 1997: 88). O bien, en palabras de Rubinstein, “el desnudo en el arte griego expresaba las expectativas sociales hacia
los jóvenes, atléticos y prestos para la batalla” (1995: 127).
2. La individualidad del griego. En las
escenas de batallas nunca se representan enfrentamientos de conjuntos enemigos,
aunque fueran mayoría en la guerra real sino el cuerpo a cuerpo, el duelo:
La
imagen suprema de la masculinidad en el arte griego no es nunca la máquina
colectiva de matar que supone una falange sino el guerrero individual,
representado exactamente en el momento en que el destino juega su papel: es
decir, cuando está solo. Con esta imagen cualquier griego podía identificarse,
en ella se veía a sí mismo (Stewart, 1991: 92).
Esta belleza era producto del desarrollo muscular.
Policleto convirtió los músculos en un nuevo fetiche, sostiene Rubinstein
(1995: 93). Para los griegos los músculos eran bellos porque eran naturales:
(1) El potencial de los hombres para la
musculación es un hecho biológico, de modo que el espectador puede aceptarlos como
un hecho natural.
(2) Porque constituyen el fruto ansiado
de un esfuerzo, de una preparación, simbolizan el éxito del hombre, su
disciplina y autocontrol.
(3) Los músculos se estructuran con
nitidez, manifiestan siempre un orden y una cohesión, pretexto en que se
fundamenta Aristóteles para defender la superioridad de la belleza masculina
sobre la femenina:
Cuando
en el siglo IV a.C. Aristóteles afirma incidentalmente que el cuerpo de la
mujer es menos bello que el del hombre porque está menos articulado, es decir,
porque carece de diárthrosis o articulación definida entre sus diferentes
miembros, podríamos pensar que se trata de una opinión aislada y acaso
anecdótica de un misógino. Pero, más probablemente, su opinión recoge una vieja
corriente tradicional del arte y pensamiento griegos que perdura hasta la época
helenística: la contraposición radical entre la representación del hombre y la
mujer (Olmos Romera, 1986: 123).
Compendio de atributos que unen la
belleza física a la belleza anímica; para J. Brun, los griegos pensaban que la
belleza del cuerpo tenía esencialmente la misión de expresar la belleza del
alma que lo habitaba: “morada del alma,
el cuerpo debía manifestar su gloria y riqueza interior” (1997: 35); para
H. Licht, la fórmula “bello de cuerpo y bello de alma” acuña la perfección del
ideal masculino (1975: 419).
4. Los músculos como sustituto del
falo. Los músculos son duros: tanto la pose como el modelado del Doríforo
enfatizan las líneas duras y los perfiles angulosos.
Nos
sirven como fetiche sustituto del falo, particularmente en una cultura que
disminuía el tamaño del pene a causa de la embarazosa imprevisibilidad de este
órgano tanto para el control mental o físico, y que identificaba falicismo con
bestias incivilizadas como sátiros y centauros. Los músculos introducen el falo
en la polis camuflada o subliminalmente (Stewart, 1997: 94).
En efecto, los genitales de las
estatuas públicas griegas y romanas acusan una cierta atrofia, como si el
hombre fuera consciente de su desnudez -en el sentido
de pérdida de control- sobre una parte de su propia
anatomía. Mil años después, San Agustín empleará el mismo argumento para
fomentar el pudor hacia el desnudo entre los cristianos:
San
Agustín identificó el momento de la desobediencia de Adán y Eva (cuando ven que
están desnudos) como un instante de clara vergüenza sexual (...) Tan pronto
como habían hecho ellos su propia voluntad, con independencia de la voluntad de
Dios, partes de Adán y Eva se volvieron resistentes a su propia voluntad
consciente. Sus cuerpos se vieron afectados por una nueva percepción
perturbadora de lo ajeno, en forma de sensaciones sexuales que escapaban a su
dominio. El cuerpo ya no seguía siendo abarcable por la voluntad. Un síntoma
pequeño pero ominoso -en el caso de
Adán, la excitación de una erección que no le era posible controlar-, les advirtió a los dos sobre la evasión final del
cuerpo entero del abrazo habitual del alma con ocasión de la muerte (Brown, 1993:
557-558).
Sobre las representaciones de genitales
masculinos en el arte hemos de anotar un hecho a la par curioso y
significativo: la piel del pene suele aparecer atada para que no se vea el
glande. Los escritores modernos se refieren a este uso con el término
infibulación: “Exponer un pene largo, y
sobre todo el glande, era visto como algo vergonzante y deshonroso, algo que
sólo vemos en representaciones de bárbaros y esclavos” (Zanker, 1995: 28).
Incluso se aplicaba un método para alargar la piel del pene denominado epispasmos (Ídem: 347). Luego incluso en
Grecia tampoco existía el desnudo integral perfecto, porque cualquier
modificación artificial del aspecto natural del cuerpo, ya sea por deformación,
mutilación u ocultación, pertenece al campo del adorno corporal, pertenece al
vestido.
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Helmut Newton (Autorretrato con modelo y esposa, 1981) retoma el espacio de Las Meninas, en sí mismo todo un símbolo
de la mirada, y lo nutre de voyeurismo contraponiendo la postura
centrípeta de su esposa y la abierta de las modelos. Pero lo
revolucionario para la iconografía es la presencia de esa raja
extraordinaria que recorre el centro de la foto |
El desnudo integral femenino El desnudo femenino integral brilla
por su ausencia, prohibido incluso en la figuración artística: en Grecia y
Roma resulta sencillamente escandaloso (Bologne,1986: 301), indecente, aceptado
solamente entre las gimnastas espartanas (Cohen, 1997: 70). Y el en arte,
cuando menos, igual que el hombre esconde el glande, la mujer esconde la
vagina. El estudio de la Afrodita Knidia
nos interesa particularmente porque constituye el primer desnudo integral del
arte helénico, porque es una Afrodita consciente de su desnudez (elemento de
que carecen los desnudos masculinos) y porque no es un desnudo completo al
carecer de vulva.
Hemos visto más arriba que la belleza
femenina en Grecia, en términos formales, era juzgada inferior a la masculina.
Esto no implica que la mujer no fuera considerada bella: los epigramas y la
poesía helenística que exaltan las excelencias del cuerpo femenino son
numerosas, bien que no tanto como las inspiradas por el cuerpo viril. Debemos
preguntarnos por qué la mujer no es representada desnuda hasta el siglo IV a.
C. Siguiendo a Gilles Lipovetsky, tanto para la tradición judeocristiana como
para los grecolatinos la belleza de la mujer está maldita desde su origen
(1999: 103). El Génesis no lo especifica, pero cabe pensar que Adán se dejó
tentar por los encantos de Eva. A menudo las heroínas bíblicas, Sara, Salomé,
Judit, son hermosas y perversas, siempre seductoras. En Grecia la primera mujer
fue Pandora, la causante de todos los males de la humanidad, y Hesíodo la juzga
mala en tanto que hermosa y seductora (Lipovetsky, 1999: 100). Luego, “¿cómo glorificar su hermosura si ésta se
asemeja a una trampa maldita?” (Ídem: 101). Explicación insuficiente que
nos impulsa a profundizar en la visión masculina de la mujer.
Un caso insólito: la Afrodita
Knidia de Praxíteles. En el arte, repetimos, tampoco existe el desnudo
femenino integral, otro ejemplo de la rígida asimetría hombre-mujer en la
antigua Grecia. Apenas una aproximación de Praxíteles, la Afrodita Knidia, la cual no está completa porque carece de vagina.
Todo el arte posterior al Renacimiento secundará este prototipo: las Venus de
Tiziano, la maja de Goya, la Olimpia de Manet ocultan los labios vaginales. La Knidia instala en el arte un nuevo
género artístico que ha merecido el título de Venus púdicas.
Hay que reconocer una osadía
extraordinaria al escultor Praxíteles pese al eufemismo iconográfico del paño y
la vasija, insertados para sugerir que está desnuda para el baño, excusa que
nunca requirieron los desnudos masculinos. Su obra carece de precedentes tan
“descubiertos” aunque sí pueden rastrearse algunos intentos escultóricos por
ofrecer a la vista la naturaleza de la mujer:
(1) los drapeados húmedos de Fidias que
ubicados en el Partenón no pueden excusarse con ninguna explicación razonable
que el erotismo;
(2) la Nike del escultor
Paionios (420 a.C.), de túnica completamente transparente;
(3) la Afrodita Genetrix del
Louvre, que ya muestra un pecho (410 a.C.); y
(4) la propia Afrodita de Arlés debida también a Praxíteles.
Es igualmente notable que entre la
Knidia y sus sucesoras, ya sean copias o derivadas, medie un intervalo de más
de doscientos años, dato que corrobora una tesis de C. M. Havelock sobre la
pervivencia del prejuicio masculino sobre el desnudo femenino (1995: 2). Con
todo, de acuerdo con Stewart, la Knidia
es poco “pornográfica”: rechaza el deseo porque carece de vulva y porque su
pose resulta sumamente ambigua:
A
pesar de la escala de la estatua, su base elevada y el santuario donde estaba
situada, que proclamaban que no era una simple mortal, su pose es ambigua.
Según la miremos de un lado u otro, la pose conjunta de piernas, brazos, cabello,
paño drapeado y vaso crean un contraste. Su lado derecho, “cerrado”, con sus
curvas convexas y su perfil arqueado en el espacio repelen la mirada, mientras
que el lado izquierdo, con las piernas flexionadas y las curvas cóncavas, la
retiene a pesar de que adelante el manto (Stewart, 1997: 102).
¿Qué significa la mano que apunta
hacia el pubis de la Knidia? ¿Sirve
para apuntar su poder, como en el caso de algunas estatuillas primitivas
encontradas en Mesopotamia, o cubre el pubis por decoro? Nunca lo sabremos,
pero, como dice N. Salomon, el resultado es el mismo: “la mano que cubre apunta y la que apunta cubre: en cualquier caso, se
apunta hacia lo que no se nos permite ver y podemos interpretar que la Afrodita
es una persona que teme que su vulva sea vista” (Salomon, 1997: 105).
Parece un trabalenguas pero recoge la clave del problema: es una Afrodita púdica, consciente de su
desnudez y sin parangón con los estatuas masculinas. Sin ir más lejos, el
Hermes del mismo escultor no es un desnudo encogido sobre sí mismo, sino un
desnudo centrífugo.
Hemos de preguntarnos qué tipo de
pudor aqueja a Afrodita. La estudiosa N. Salomón alude a una virtud griega
denominada aidos, que los maestros
inculcaban en los jóvenes para compensar la tendencia natural del joven hacia
la arrogancia; aidos se relaciona con
la noción de sophosyne, sensatez,
sobriedad, control sobre los impulsos:
La aidos de la Knidia, su pudor, decoro o modestia, es un problema sexual: ella
se cubre el pubis a las miradas; ella está paradójicamente separada de su sexo
y plenamente identificada con él
(Salomon, 1997: 211).
La vulva: supersticiones
en torno a la menstruación. ¿Pero por qué no tiene vulva? ¿Qué hacía del sexo
femenino algo tan horrible hasta el punto de vetar su representación
figurativa?
Mi tesis es la siguiente: las
espantosas supersticiones en torno a la menstruación y el parto. “El último reducto del pudor sigue siendo la
menstruación”, sostiene E. Casas Gaspar (989: 94). Aserto de una
profundidad insospechada en el mundo antiguo y culpable de haber contribuido a
soterrar a las mujeres bajo el peso de una naturaleza supuestamente inferior. La
clasificación de la menstruación como impureza -y de las
menstruantes como mujeres impuras-,
señalada ya en el Levítico (Anderson, 1991: 45), encuentra confirmación en
numerosos textos científicos y médicos antiguos. Aristóteles escribió que una
mujer menstruante podía convertir un espejo limpio en “algo sanguinolento”, y
Plinio el Viejo aseguraba que el fluido menstrual ostentaba el peligroso poder
de esterilizar los campos, agriar el vino, aherrumbrar el hierro, matar
enjambres de abejas y enloquecer a los perros (Licht, 1975: 363). Un obispo del
siglo III, según documenta Brown, daba por supuesto que ninguna mujer podía
comulgar mientras le durase el período (1993: 380). En semejante contexto no
debe tenerse por menor aquel capítulo en que Jesucristo, una vez más rechazando
los postulados del Antiguo Testamento, permite que una mujer afectada por
continuas hemorragias -la
Hemorroisa- le toque (Brown, 1993: 103).
En el
mundo masculinizado de los antiguos la menstruación tenía casi inevitablemente
que verse condenada. Por lo que hemos leído de Aristóteles y Plinio el Viejo,
la menstruación desplegaba un poder oscuro y pernicioso, pero además se
relacionaba con el nacimiento y la muerte, otras fuentes de corrupción; en
Epidauro, por ejemplo, la misma ley sagrada vetaba a los humanos morir y a las
mujeres parir en el interior de un santuario (Bruit, 1991: 409).
Esta
relación entre la menstruación y el nacimiento que establecían los antiguos se
debía a que creían el flujo menstrual una suerte de compuesto híbrido entre
sangre y esperma, y éste último, para
colmo, semen deficiente, incapaz de conferir al feto nada más que
materia, mientras que la prodigiosa semilla masculina le aportaba forma y alma
(Anderson, 1991: 53). Para explicar esta debilidad en los órganos reproductores
femeninos, las indagaciones de Brown nos permiten concluir que para nuestros
antepasados las mujeres eran literalmente varones fallidos. Lo fundamental en
la gestación del bebé se consideraba el “calor vital”, el cual, cuando no
llegaba en cantidades suficientes al feto, producía una niña, pues se creía
también que las mujeres eran más blandas, líquidas, frías e informes que los
hombres. Y tan grande suponían esa masa líquida, resume Brown, que “la periódica menstruación les demostraba que
sus cuerpos no eran capaces de consumir los pesados excedentes que se
coagulaban en su interior” (Brown, 1993: 27).
Otro
término peyorativo para condenar la regla lo suponía su incontrolable
aparición. Al mundo masculino, sobre todo al griego idólatra del orden y el
autodominio, ésta se le antojaba una manifestación añadida de que en el cuerpo
femenino lo salvaje rige más que lo civilizado. Asistimos al origen de un miedo
que implica la cobertura incondicional de los genitales femeninos, miedo no tan
ancestral que no pueda todavía rastrearse en la cultura campesina de nuestra
época:
El vestido prefigura el período de transición que
transformando la prepara para su futuro papel de madre. Libera a la mujer -peligrosa,
ya que está siempre del lado de lo incontrolado- de las ataduras, de la esterilidad y del desbordamiento
de un flujo incontrolable; le confiere mesura, indispensable para su papel en
la sociedad, y controla la naturaleza indómita que ruge en ella (Loux, 1994: 83).
Le tomamos
la palabra. Una de las principales funciones del vestido a través de los siglos
ha sido la de ocultar los genitales femeninos. La toma del vestido señala el
umbral de la pubertad en las tribus más pobres de atuendos (Casas, 1989: 93),
mientras que en las ricas, hasta no hace tanto, implicaba la famosa puesta de
largo. Lo que antes no merecía la pena ocultar, la menstruación cubre de
impureza y exige una máscara. Como señala Descamps, para la visión ancestral la
vagina constituía un elemento “incompleto” que recordaba a los hombres la
castración, el elemento de rotura a partir del cual el cuerpo se bifurca, se
hace bífido, y llama nuestra atención sobre el éxito intemporal del vestido de sirena.
Ésta es uno de los seres fantásticos que más han inspirado al diseño del traje
porque la sirena prefigura sobre todo una mujer que no está partida por debajo (1986: 60).
El ideal
de castidad. Otra forma de comprender el tabú del desnudo
femenino, ya en la vida cotidiana o en el arte, lo constituye el mismo ideal de
mujer en la Antigüedad: la mujer casta y recatada. La mujer velada -como la diosa Pudicicia- devino el símbolo de una virginidad convenientemente
custodiada e inaccesible. En el mundo antiguo una buena hija era una hija virginal:
Cuando perdía su virginidad, se convertía en una esposa -una mujer sexualmente activa buena- o en una prostituta -una mujer sexualmente activa mala-. Una esposa tenía relaciones con un solo
hombre, lo que la definía como casta (Anderson, 1991: 56);
Así lo
explica Eva Cantarella:
Si la mujer
estaba casada y se acostaba con otro hombre el delito se llamaba adulterium; si
la mujer era soltera, el delito recibía la denominación de stuprum, el mismo
que se le daba al delito de violación de un joven por parte de un adulto. En
cualquier caso y en lo tocante a la mujer romana, hay que deducir que una mujer
sólo podía tener relaciones en el matrimonio, ni siquiera podía tenerlas de
viuda, caso que la convertiría automáticamente en prostituta (Cantarella, 1995: 121).
La
vejación del marido engañado no puede tampoco disociarse de cuanto hemos dicho
sobre la menstruación. Jean-Noël Robert nos explica por qué el adulterio
femenino constituía una fuente de impureza:
La mujer recibe en su cuerpo el
esperma que, según la creencia, se mezcla con la sangre. Lleva dentro, pues,
una parte del hombre al cual se ha unido. Si, en consecuencia, engaña a su
marido, comete un crimen contra su familia, ya que no sólo mezcla su sangre con
la de su marido sino con la de un extraño. Ya no es pura, y su impureza
compromete la descendencia que el marido espera de ella
(Robert, 1995: 25).
Catulo
recuerda a las muchachas que sólo la tercera parte de su virginidad es suya;
otra parte corresponde al padre y otra al marido, pero Cantarella deduce muy
correctamente que en realidad la virginidad no pertenecía en absoluto a la
joven, pues cualquiera de los dos copropietarios, al menos bajo la República,
podían matarla si mancillaba su honor (Robert, 199: 25). El adulterio era un
delito exclusivamente femenino lo mismo que la castidad era una virtud
exclusivamente femenina. Los maridos, salvo los hebreos, mantenían relaciones
de modo rutinario con sus esposas, sus esclavas y las prostitutas. Demóstenes
declaraba en el siglo IV a.C.:
Nosotros (ciudadanos varones de Atenas) tenemos cortesanas para el
placer, concubinas para el cuidado diario del cuerpo y esposas para criar hijos
legítimos y ser unas guardianas fidedignas y de confianza de puertas adentro
(Anderson, 1991: 63).