Romanticismo (II). Personalidad sublime
CONTEXTO Occidente experimenta su siglo más
agitado porque las revoluciones se solapan unas sobre otras. La revolución
industrial promueve una brillante revolución tecnológica (la fotografía puede
entenderse como una parte de esta revolución), pero sobre todo una conflictiva
revolución sociopolítica al cambiar las grandes fortunas de manos
aristocráticas a manos burguesas. El dinero más repartido significa poder más
repartido: comienza la carrera hacia la democracia. La revolución social llega
por primera vez a los desfavorecidos: las mujeres arrancan el motor del sufragismo;
los proletarios se asocian en sindicatos y promulgan el socialismo. La complejidad de la personalidad no conoce límites y la estética sublime pone su atención en el carácter apasionado e incontrolable, en la valentía y el arrojo temerarios, en la voluptuosidad, la extravagancia y la locura.
Celosa y ebria de veganza, histérica, Medea se dispone a matar los hijos que ha tenido con Jasón. Delacroix, Medea, 1838 |
ICONOGRAFÍA
SUBLIME: Locura y brutalidad Son sublimes por su incontrolabilidad todos los ragos de desequilibro en la personalidad (voluptuosidad, histeria, brutalidad), así como el destino humano (enfermedades, muerte). Hugh W. Diamond, Mujer enajena, 1851 |
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(1) Sublime locura No
solo hay razón en el ser humano y corresponde al Romanticismo la manifestación
de la impulsividad y la locura. La locura puede ser pasajera, como la alegre
enajenación del amor y el sexo, o llegar para quedarse. Puede volvernos más
cariñosos o brutales. En la ópera romántica abundan los chiflados por amor.
Empieza a considerarse normal y casi deseable que los artistas estén un poco
tarumbas... debido a su genio creativo, se argumenta como excusa.
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Julia Margaret Cameron firma este intenso retrato del científico John Herschel, inventor de la cianotipia |
P.-L. Pierson, Condesa di Castiglioni, hacia 1870. Pura interpretación. |
Pero a veces la vida cotidiana envidia la fascinación de los personajes ficticios. A finde paliar el aburrimiento, la celebridad italiana Condesa de Castiglione, amante del emperador Napoleón III y otras grandes fortunas del París, interpretó una y otra vez y durante cuarenta años personajes facinantes delante de la cámara de Pierre-Louis Pierson. Se conservan más de doscientas cincuenta fotografías de esta pionera adicta del selfie.
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(2) Sublime: brutalidad La Ilustración había fomentado el patriotismo bélico, pero no había retratado la brutalidad y la degradación moral de la violencia. La brutalidad la retrató primero Goya en los Desastres de la Guerra (álbum de grabados) y en los grandes óleos que pintó para el ayuntamiento de Madrid (Los fusilamientos; La carga de los mamelucos). Delacroix la retrata en la Matanza de Quíos (1823) como degradación física y moral; pronto se convertirá en uno de los temas recurrentes de la fotografía de guerra. Las guerras del Romanticismo que pudieron fotografiarse fueron la Guerra de Secesión de los EE. UU. (fotos de Mathew Brady), la Guerra de Crimea (documentada por Roger Fenton) y las Guerras del Opio (fotos de Felice Beato, 1860). Sin esa brutalidad no habría revoluciones y no existe manifestación política más características del Romanticismo que la revolución. El icono lo firmó, una vez más, Delacroix: La libertad guiando al pueblo (1830) constituye una soberbia alegoría: la madre patria reúne burgueses y proletarios.
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Efectos demnoledores de la guerra. Detalle de La Masacre de Quíos, Delacroix, 1823, Louvre |
La Guerra de Secesión norteamericana fue una de las primeras en documentarse por medios fotográficos. Mathew Brady, Confederado caído, 1863 |
La libertad guando al pueblo (Delacroix, 1832, Louvre) inspiró esta brillante fotografía que exalta el fuego revolucionario. Ghait Abdul-Ahad, Bagdag, 4 de abril de 2004 |
Roger Fenton, Pashá y bayadera, 1858 |
Jean-León Gérôme, Venta de esclavos, 1866 |
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Francesco Hayez, El beso, 1845, Milán, Brera |
Robert Doisneau, El beso junto al ayuntamiento (Le Baiser de l’Hotel de Ville), 1950 |
La misma impulsividad parece justificar que la recompensa visual del héroe sea un beso en los labios. Lo pintó primero Francesco Hayez (El beso, 1845) y no deja de repetirlo el cine. En fotografía los más famosos besos son los que despiden II Guerra Mundial (Víctor Jorgensen, Kissing the War Goodbye; y Alfred Eisenstaedt, V-J Day in Timesquare, ambos 1945) y sobre todo el fotografiado por Robert Doisneau (El beso delante del ayuntamiento, 1950).
SUBLIME: Muerte La enfermedad es sublime
porque nos arrebata el control. El cuadro de lecho neoclásico, albergado por
héroes, se alquila ahora a amantes y jóvenes golpeados por la muerte del amor o
la simple extinción del cuerpo (Henry P. Robinson, Extinguiéndose). El Romanticismo inventa el final triste en la
escena y rara es la ópera romántica en la que no vemos desfallecer a sus protagonistas;
la foto de Robinson nos trae a la memoria la escena final de La Traviata (Verdi, 1853).
Henry Peach Robinson, Extinguiéndose o Los últimos instantes, 1856 |