Romanticismo (I). Naturaleza sobrecogedora
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CONTEXTO La exploración del planeta se intensifica en el siglo XIX favorecida por los nuevos ingenios del trasnporte fruto de la revolución industrial, en particular trenes y barcos movidos a vapor, pero también fomentada por el comercio intercontinental y la política colonialista. Este continuo viajar montado en transportes fascinantes pero siempre peligrosos desata la imaginación y el deseo de aventura. Aunque Venecia se visita desde el siglo XVIII, el verdadero turismo es sobre todo una invención decimonónica. a
ESTÉTICA Fue un intelectual inglés, Edmund Burke, quien describió con gran brillantez
la categoría estética que denominamos sublime (Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo
sublime y de lo bello, 1757). Kant, Schiller, Schopenhauer y otros grandes
del pensamiento continuarán profundizando en esta categoría que hoy reconocemos
como la fundamental y más característica del arte romántico y que se refiere a
todo aquello que nos supera y fascina; puede superarnos por su grandeza física
o espiritual, e incluso puede tratarse de una grandeza peligrosa; aún así,
nuestro espíritu se inclina hacia ella para embriagarse de emoción.
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Samuel Bourne,
Carretera a Rugi (detalle), 1866
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ICONOGRAFÍA DEL PAISAJE SUBLIME Para que una vista o panorámica supere la categoría estética de bella para alcanzar la de sublime, ha de resultar emocionante. La emoción se inyecta en el paisaje de alguna de estas maneras:
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(1) Sublime inmensidad Se representa un personaje manifiestamente diminuto en comparación con
el medio que lo rodea: Friedrich, El
caminante sobre el mar de nubes; Samuel Bourne, Carretera a Rogi. Auguste-Rosalie Bisson fotografiaba escaladores
sobre el Mont Blanc y otras cumbres alpinas.
No es necesario incluir figuras humanas cuando la singularidad volumétrica del objeto retratado es sobrecogedora y existen otros elementos de comparación para hacerse una idea de sus dimensiones (árboles, por ejemplo). Este procedimiento lo encontramos en la famosa fotografía Agassiz Rock y Yosemite Falls (Carleton Watkins) y en las aún más famosas tomadas por Ansel Andams también en Yosemite ya en el siglo XX.
No es necesario incluir figuras humanas cuando la singularidad volumétrica del objeto retratado es sobrecogedora y existen otros elementos de comparación para hacerse una idea de sus dimensiones (árboles, por ejemplo). Este procedimiento lo encontramos en la famosa fotografía Agassiz Rock y Yosemite Falls (Carleton Watkins) y en las aún más famosas tomadas por Ansel Andams también en Yosemite ya en el siglo XX.
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(2) Sublime decadencia El paisaje marino hereda de Claudio de Lorena la
iluminación creciente del amanecer o del atardecer. La luz que simboliza el paso del tiempo nos emociona. En La Armada Británica partiendo hacia la Guerra de Crimea (1854) Roger Fenton retrata simultáneamente dos símbolos de la fugacidad de la vida que conducen a la melancolía: el paso del tiempo y las despedidas.
Puede considerarse una variante del paisaje sublime
con significado decadente la incorporación de grandes ruinas y antiguas construcciones, todas ellas
testigos del paso del tiempo y de la inevitable decadencia. Son particularmente
célebres las realizadas en Egipto por los fotógrafos Francis Frith y Maxime du
Champ.
Roger Fenton, La
Armada Británica partiendo
hacia la Guerra de Crimea, 1854 |
Maxime
du Champ, foto realizada en Abú Simbel (Egipto), hacia 1850. Nueva York, Metropolitan Museum |
Gericault, La balsa
de la Medusa, 1919, París, Louvre (detalle)
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(3) Sublime peligro Meteoros atmosféricos se abaten sobre los personajes: la fórmula de William Turner (Naufragio; Aníbal cruzando el San Gotardo). El más famoso naufragio lo imaginó en 1819 Gericault (La balsa de la Medusa), suma de iconografías clásicas y cuerpos colosales dignos de Miguel Ángel. Pocos fotógrafos del siglo XIX lograron retratar el peligro del mar: Henry P. Robinson (Not Easter), Gustave Le Gray (El Brick al claro de luna).
Goya, Fuego en la
noche, 1794,
Madrid, Colección Agepasa |
Paisaje
sublime y aventura. Auguste-Rossalie Bisson, Ascenso al Mont Blanc, París, Biblioteca Nacional |