jueves, 18 de enero de 2018

Capítulo 18. Iconografía en el Romanticismo (1825-1875)


Romanticismo (I). Naturaleza sobrecogedora
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Este cuadro de 1812 es como un manifiesto
 del paisaje sublime, pues incluso nos incorpora 
a nosotros los espectadores, deslumbrados ante 
la inmensidad del paisaje, bello y potencialmente 
fatal. Friedrich, El caminante sobre el mar 
de nubes, 1812. Hamburgo, Kunstmuseum
CONTEXTO        La exploración del planeta se intensifica en el siglo XIX favorecida por los nuevos ingenios del trasnporte fruto de la revolución industrial, en particular trenes y barcos movidos a vapor, pero también fomentada por el comercio intercontinental y la política colonialista. Este continuo viajar montado en transportes fascinantes pero siempre peligrosos desata la imaginación y el deseo de aventura. Aunque Venecia se visita desde el siglo XVIII, el verdadero turismo es sobre todo una invención decimonónica.


El mar es tan sublime como la montaña, igualmente inmenso e incontrolable, agitado a veces por una furia que parece humana, Este fotomontaje es la fotografía del siglo XIX más cara subastada hasta la fecha. Un negativo para el cielo y otro para el mar.  Gustave Le Gray, La gran ola, Setè, 1854
ESTÉTICA       Fue un intelectual inglés, Edmund Burke, quien describió con gran brillantez la categoría estética que denominamos sublime (Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello, 1757). Kant, Schiller, Schopenhauer y otros grandes del pensamiento continuarán profundizando en esta categoría que hoy reconocemos como la fundamental y más característica del arte romántico y que se refiere a todo aquello que nos supera y fascina; puede superarnos por su grandeza física o espiritual, e incluso puede tratarse de una grandeza peligrosa; aún así, nuestro espíritu se inclina hacia ella para embriagarse de emoción.

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Samuel Bourne, Carretera a Rugi (detalle), 1866

ICONOGRAFÍA DEL PAISAJE SUBLIME       Para que una vista o panorámica supere la categoría estética de bella para alcanzar la de sublime, ha de resultar emocionante. La emoción se inyecta en el paisaje de alguna de estas maneras:
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(1) Sublime inmensidad       Se representa un personaje  manifiestamente diminuto en comparación con el medio que lo rodea: Friedrich, El caminante sobre el mar de nubes; Samuel Bourne, Carretera a Rogi. Auguste-Rosalie Bisson fotografiaba escaladores sobre el Mont Blanc y otras cumbres alpinas.
No es necesario incluir figuras humanas cuando la singularidad volumétrica del objeto retratado es sobrecogedora y existen otros elementos de comparación para hacerse una idea de sus dimensiones (árboles, por ejemplo). Este procedimiento lo encontramos en la famosa fotografía Agassiz Rock y Yosemite Falls (Carleton Watkins) y en las aún más famosas tomadas por Ansel Andams también en Yosemite ya en el siglo XX. 
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(2) Sublime decadencia       El paisaje marino hereda de Claudio de Lorena la iluminación creciente del amanecer o del atardecer. La luz que simboliza el paso del tiempo nos emociona. En La Armada Británica partiendo hacia la Guerra de Crimea (1854) Roger Fenton retrata simultáneamente dos símbolos de la fugacidad de la vida que conducen a la melancolía: el paso del tiempo y las despedidas.

Roger Fenton, La Armada Británica partiendo 
hacia la Guerra de Crimea, 1854
Puede considerarse una variante del paisaje sublime con significado decadente la incorporación de grandes ruinas y antiguas construcciones, todas ellas testigos del paso del tiempo y de la inevitable decadencia. Son particularmente célebres las realizadas en Egipto por los fotógrafos Francis Frith y Maxime du Champ.
Maxime du Champ, foto realizada en Abú
 Simbel (Egipto), hacia 1850. Nueva York, 
Metropolitan Museum

Turner, Naufragio, 1805, Londres, Tate
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Gericault, La balsa de la Medusa, 1919, París, Louvre (detalle)


















(3) Sublime peligro       Meteoros atmosféricos se abaten sobre los personajes: la fórmula de William Turner (Naufragio; Aníbal cruzando el San Gotardo). El más famoso naufragio lo imaginó en 1819 Gericault (La balsa de la Medusa), suma de iconografías clásicas y cuerpos colosales dignos de Miguel Ángel. Pocos fotógrafos del siglo XIX lograron retratar el peligro del mar: Henry P. Robinson (Not Easter), Gustave Le Gray (El Brick al claro de luna).

Cáscaras de nuez en la inmensidad oceánica. Gustave Doré, La balada del viejo marinero, hacia 1875; 
clara inspiración para Bernie Wrightson, Frankestein, 1988. Y en todas las grandes producciones 
cinematográficas protagonizadas por barcos y transatlánticos de fatal destino

Goya, Fuego en la noche, 1794, 
Madrid, Colección Agepasa
Esta peligrosidad del paisaje lo aprovecha la narración de aventuras. Gustave Doré, gigante de la iconografía romántica, inventó la narración de aventuras a través de sus peligrosas escenas. Siempre encuentra el ángulo preciso en la representación del peligro para despertar nuestra ansiedad.
Paisaje sublime y aventura. Auguste-Rossalie 
Bisson, Ascenso al Mont Blanc, 
París, Biblioteca Nacional

Gustave Doré, ilustraciones para El ingenioso
 hidalgo don Quijote de La Mancha, 1863
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